Por Susana von der Heide Founder & Thinking Partner en VON DER HEIDE
Hace poco, en una conversación entre gerentes de una compañía regional, uno dijo con espontaneidad brutal:
“Mi equipo de chicos jóvenes maneja toda nuestra movida tecnológica… No entiendo mucho cómo lo hacen, pero está buenísimo.”
Otro agregó, casi con entusiasmo: “Hay que inscribirlos ya en el programa de IA del MIT”
Lo dijeron sin drama. Con orgullo incluso. Como si retirarse del juego fuera una forma válida de liderar en este momento.
Y me pregunto y te pregunto: ¿En qué momento se volvió razonable bajarse de la ola justo cuando más necesitamos surfearla?
Eso, exactamente eso, es vulnerabilidad personal frente a la IA. No la que habilita la conexión, sino la que nos deja fuera del juego.
Porque en un contexto de transformación digital, el que no se actualiza, se debilita. No por falta de capacidad, sino por falta de presencia.
Y cuando delegamos nuestro aprendizaje en los equipos – con la excusa del empoderamiento, la edad o la velocidad – lo que estamos haciendo, sin querer, es fabricar nuestra propia irrelevancia. Le llamo obsolescencia autoprovocada. Y la veo todos los días.
¿Qué escena me preocupa?
Líderes de +45 o +50 años que empiezan a delegar todo lo nuevo en clave tecnológica a sus equipos más jóvenes. Desde una mezcla de miedo, agotamiento y resignación. Y lo entiendo. Lo comprendo.
Pero hay algo en ese acto que me incomoda. Es una forma de pasar la posta antes de tiempo. De ceder terreno por miedo disfrazado de humildad. Y eso no es liderazgo. Es abandono en cuotas.
Venimos de años de sostener empresas en medio de todo tipo de tormentas: pandemia, trabajo remoto, retornos con ansiedad colectiva, caos geopolítico, inflación, hiper-digitalización, reglas cambiantes cada semana. Vaya si no dimos pelea. Y la seguimos dando. Pero justamente por eso, no es tiempo de correrse. Es tiempo de quedarse.
No por capricho, sino porque la IA no necesita líderes expertos. Necesita líderes presentes. Humanos. Con visión. Con palabra.
Cuando un líder dice “esto no es para mí” o “dejemos que los chicos lo manejen”, no solo está cediendo protagonismo. Está activando, sin saberlo, una obsolescencia autoprovocada.
Hay dos errores que veo repetirse:
- Relacionarnos con la IA como si fuera una red social o un nuevo software más.
No hace falta ser técnico, pero sí convertirse en usuario estratégico. Saber pedirle. Pensar con ella. - Pedir datos cuando necesitamos análisis.
El valor ya no está en la información que obtenés, sino en cómo preguntás. El prompting se vuelve una habilidad clave para liderar con mirada de futuro.
Gerentes que se achican, juniors sin rol
Mientras algunos líderes se repliegan, los más jóvenes tampoco encuentran entrada. Los trabajos iniciales, los que históricamente servían para “aprender desde abajo”, hoy los hace la IA. No hay informes para el pasante, ni gráficos para el trainee.
Resultado:
- Los senior se alejan por miedo.
- Los juniors no tienen rol.
- ¿Quién lidera el cambio? Los de 30 y pico. Los que tienen algo de calle, algo de contexto, algo de código. Hoy son el pegamento que une mundos. Pero no pueden —ni deben— ser los únicos.
Liderar hoy no es dominar la IA. Pero sí es saber trabajar con ella. No desde la fascinación tecnológica, sino desde el criterio. La intuición. El foco. No es tener todas las skills, pero sí tener un agente, una rutina, una curiosidad activa.
Es dejar de pensar en tareas y volver a pensar en impacto. No apagar fuegos. Sostener el fuego. Es tener mirada drone: levantar la vista, leer el sistema, ver lo que viene antes de que llegue.
El líder que se achica se vuelve técnico de lo que ya no importa. El que se queda, incluso con miedo, sigue construyendo el futuro.
Hace un tiempo pregunté: ¿Tu equipo te volvería a elegir como líder?
Hoy, con la IA en el centro de todo, esa pregunta se resignifica.
- ¿Te elegirían para acompañarlos en lo nuevo?
¿Para tomar decisiones sin certezas?
¿Para abrir preguntas cuando todos buscan respuestas urgentes?
Porque el mayor riesgo no es que la IA nos reemplace. Es que nos rindamos antes de mostrar por qué somos irremplazables.
Las neurociencias lo explican con claridad: las conexiones neuronales que no se usan, se debilitan. Y en liderazgo, pasa lo mismo.
Este no es el momento de retirarse con elegancia.
Es el momento de liderar con presencia. Con propósito.